Las presentaciones de la soprano canadiense Barbara Hannigan (1971) en Norteamérica se realizan actualmente de manera muy esporádica, especialmente ahora que ha decidido incorporar a su carrera la faceta de directora de orquesta.
Por eso, la posibilidad de escucharla en un recital acompañada al piano, como parte de una gira que incluyó diversas ciudades, incluida su primera aparición en San Diego, como parte de la temporada anual que presenta la asociación musical The La Jolla Music Society, hacían de éste un espectáculo atractivo para cualquier melómano.
En los últimos años, la relevancia y notoriedad de esta artista logró que unos días antes del inicio de su gira de recitales, la publicación Musical America le otorgara el premio de “Artista del año 2025” en su edición anual numero 64, un importante reconocimiento, considerando que el mundo de la música clásica cuenta con un amplio panorama de intérpretes que podrían haberlo recibido.
A Hannigan se le considera una especialista en música contemporánea, por lo que para esta ocasión eligió un programa poco común y ecléctico que incluyó dos ciclos de canciones: Chants de terre et de ciel para soprano y piano del compositor francés Olivier Messiaen (1908-1992). Estos Cantos de la tierra y del cielo constan de seis movimientos con textos compuestos por el propio compositor, y constituyen una profunda reflexión con motivo del nacimiento de su hijo Pascal, así como de su fe católica. Cada movimiento tiene por título una dedicatoria como: ‘Bail avec Mi’ (para mi esposa) o ‘Danse du bébé-pilule’ y ‘Arc-en-ciel d’innocence’ (para su pequeño Pascal) o ‘Résurrection’ (para el día de Pascua).
Con el sólido acompañamiento y marco música del pianista francés Bertrand Chamayou, la soprano fue transitando de manera fluida y sentida por cada uno de los sentimientos expresados en cada movimiento y, a pesar de no ser una pieza muy extensa, de apenas unos treinta minutos de duración, Hannigan mostró, su apego y envolvimiento con el texto, desplegando buenos medios vocales, delicada emisión y manejo de las notas y una apreciable dicción francesa.
Con “Alleluia, Alleluia” inicia el movimiento de la Resurrección, y así comenzó una secuencia de conmovedoras mezze voci y pianissimi que emitió la cantante, para concluir con una extática celebración. Se trata de un ciclo de carácter musical moderno, por momentos atonal pero accesible para el público por sus momentos oscuros, que contrastaron con los que describen el amor la devoción y la solemnidad.
El siguiente ciclo de canciones fue Jumalattaret (2012) para soprano y piano del compositor y director estadounidense John Zorn (1953), quien es conocido por su estilo experimental y avant-garde de composición. Las canciones que componen este ciclo fueron adaptadas del poema finlandés Kalevala, perteneciente al folclor y a la mitología de ese país, y es una aclamación a nueve diosas finlandesas.
Aunque los breves textos son en lengua finlandesa, la exigente pieza requirió que la cantante además recitara y emitiera diversos sonidos onomatopéyicos en los pasajes donde no debía mantener la línea vocal, y en la que tuvo que hacer uso de todas sus cualidades vocales, en el manejo de la voz, la emisión de agudos y la coloratura, abarcando diversos registros, además de chillidos, sonidos guturales e improvisación, haciendo que su voz se asemejara al sonido de diversos instrumentos: una obra virtuosa y exigente, aunque poco gratificante desde el punto de vista de la armonía y la musicalidad, pero que dejo en evidencia la relevancia de la artista.
Por su parte, la exigencia fue igual para el pianista, quien tuvo que rasgar y golpear las cuerdas del piano en diversos intervalos. El breve recital, que fue al final muy aplaudido, dejó un sabor incompleto, de querer escuchar más de la cantante. Entre ambos ciclos de canciones, el pianista ejecutó el Poème-nocturne, Opus 61 y Vers la flamme, Opus 72 de Alexander Scriabin (1872-1915), destacando el sonido místico y profundo del compositor ruso.